viernes, 22 de mayo de 2015

Cuatro mentiras sobre el amor


Se me ha ocurrido contar cuatro mentiras sobre el amor… Bueno, no contarlas, sino simplemente denunciar cuatro cosas falsas que se suelen decir sobre el amor. Falsas para mí, claro, si no estás de acuerdo para eso están los comentarios. ¿Por qué cuatro? Pues porque no tengo tiempo para escribir un post muy largo y conociendo mi tendencia a enrollarme…

Hoy iba en el coche escuchando uno de mi podcast favoritos, “Rationally Speaking”. Era el episodio dos, porque ahora que Massimo Piggliucci se ha retirado decidí escuchar los episodios antiguos. Este iba sobre el amor. Nada más empezar, va Massimo y dice que el amor tiene que ver sólo con la reproducción. ¿Qué? ¿Y entonces no existe el amor entre amigos? ¿No puede uno amar un libro, una idea, un país? Podemos hacer ésta la primera mentira sobre el amor:

“El amor de verdad sólo existe en la pareja.”

Es un mito del amor romántico que puede hacer mucho daño al llevarnos a valorar el amor a la persona con la que follamos sobre el amor a los amigos. Yo diría que el amor de la amistad es el más auténtico, pues se da desinteresadamente. Nos enamoramos locamente y nos olvidamos de los amigos. Luego nos rompen el corazón ¿y quiénes están ahí para recoger los trocitos? Nuestros amigos, claro.

Otra cosa muy común es considerar al amor como algo sublime, inefable. Oímos decir tonterías como que “la ciencia nunca conseguirá explicar el amor”. En realidad, el amor es algo muy sencillo: se trata simplemente de una emoción. Como la alegría, la tristeza, la ira, el orgullo y la vergüenza. ¿Y qué son las emociones? Las emociones son estados mentales que motivan nuestro comportamiento. Detrás de todo lo que hacemos hay una emoción, aunque sea sólo ese leve sentimiento de culpa que nos hace levantarnos por la mañana para ir al trabajo… “¡Arriba, perezoso, que ya son las ocho y media! ¿No te da vergüenza estar todavía en la cama?” Cuanto más fuerte es la emoción, mayor es nuestra motivación para hacer algo. Las emociones también dirigen nuestro pensamiento, por eso cuando estamos enamorados no podemos “quitárnosla de la cabeza”. Hay emociones positivas, que son las que nos atraen hacia algo, y emociones negativas, que son las que nos repelen o nos hacen luchar contra algo. No es que las emociones positivas sean buenas y las positivas malas. El asco es la emoción negativa por antonomasia, pero sentir asco hacia algo que es perjudicial para nuestra salud es bueno. De la misma forma, sentir amor por alguien que nos está haciendo daño es malo. Ese enamoramiento que nos sube a las nubes es muy agradable, pero también lo es el estado mental en que nos ponen muchas drogas. En realidad, son estados muy parecidos, producidos por la liberación de dopamina en la llamada “vía del placer” que conecta el cuerpo estriado con el núcleo accumbens en el cerebro. Resulta que, como hacen las drogas, el enamoramiento disminuye la inteligencia. ¿Quiere eso decir que no debemos enamorarnos? No, simplemente digo que dejemos de creer que…

“El amor es el estado más sublime del que es capaz el ser humano.”

Y tonterías por el estilo. Esa será nuestra segunda mentira. El amor enriquece nuestras vidas y resulta muy saludable, pero no saquemos las cosas de quicio dándole más importancia de la que tiene. Recuerda esto la próxima vez que te encuentres en un charco de autocompasión y melancolía porque te han dejado. No es el fin del mundo. En la vida hay un montón de cosas aparte del amor. ¿Te parece que estoy siendo cínico? Pues el Budismo dice algo parecido. Según él, el estado mental ideal no es el de exaltación amorosa o de una alegría tremenda, sino un estado de serenidad y desapego acompañado de amabilidad hacia todos, más que amor a una persona en concreto.

Vayamos a por la tercera mentira. Para no complicarme mucho la vida, escogeré algo fácil…

“El amor es para siempre.”

O título similar de una peli romántica en la que los amantes se buscan hasta en el Más Allá. No… Lo siento: no existe el “Más Allá”. El amor, como todos los fenómenos de la mente, es producido por el cerebro y no puede sobrevivir al cerebro. Es más, hoy en día conocemos sustancias que si te las tomas dejas de estar enamorado inmediatamente. De hecho, una disminución drástica de la testosterona (incluso en la mujer), puede dar al traste con el más intenso de los romances. Ansiogénicos como las beta-carbolinas (que hacen lo contrario que el Valium), disfóricos como los agonistas del receptor kappa de opiáceos, bloqueadores de la oxitocina… todo eso puede acabar con el amor. ¡Y son simples sustancias químicas! Pero con esto no quiero decir que:

“El amor es una simple cuestión de química.”

Lo que será nuestra cuarta mentira sobre el amor. Simplemente digo que sin cerebro no puede haber amor, porque sin cerebro no hay consciencia. Y como el cerebro no dura para siempre, tampoco lo hace el amor. En realidad, la mayor parte de los amores no duran toda la vida, como lo demuestra la altísima tasa de divorcio. Y el amor de las amistades, ese que decía que era el más sincero, resulta que es el más efímero. En esto creo que también acierta en Budismo cuando nos dice que todo es transitorio y perecedero. El amor no es la excepción: tiene un principio y un final. No sólo eso, sino que es algo que cambia a cada momento, va adquiriendo mil formas distintas. Como todo lo que existe en nuestra mente, es transitorio. Nuestra propia mente es impermanente; no tenemos un alma que viva eternamente. Nosotros cambiamos como todo lo que hay en el universo, tenemos un principio y un fin.

¿Que por qué el amor no es una simple cuestión de química? Esa es una falacia (error de lógica) muy curiosa, de un tipo que se escucha mucho estos días. Yo la llamaría “falso reduccionismo”. El reduccionismo consiste en querer explicar fenómenos complejos en función de fenómenos más sencillos. Por ejemplo, las propiedades químicas del átomo de carbono se pueden explicar en función de fenómenos físicos de la mecánica cuántica. Pero si nos ponemos a explicar en base a la mecánica cuántica las propiedades de moléculas complejas, como el ADN, nos perdemos. Cuando se pasa de un nivel de complejidad a otro, por ejemplo de la física a la química, o de la química a la biología, aparecen lo que se llama “propiedades emergentes”. Las reglas de juego cambian porque las relaciones entre los distintos elementos hacen que el todo sea más que la suma de sus partes. La falacia del falso reduccionismo consiste en pensar que eso no es así, que podemos ignorar las propiedades emergentes. ¿Qué tiene que ver esto con el amor? Pues que el amor, como las demás emociones, es una propiedad emergente de cerebro humano. Decir que el amor es sólo química es como decir que el ADN es sólo neutrones, protones y electrones. Las dos cosas son aparentemente verdad… excepto que la palabra “sólo” nos lleva a engaño porque hemos tirado por la ventana las propiedades emergentes, que son lo más importante.

El amor, como las demás emociones, es una propiedad emergente debida al funcionamiento del cerebro humano. El disparo de potenciales de acción en determinadas neuronas, la liberación de determinados neurotransmisores, forman la base del amor, pero no son lo mismo que el amor, de la misma manera que el flujo de electrones en tu ordenador no es lo mismo que este mensaje que estás leyendo, aunque forme la base del mismo. La información, el sentido de algo, viene dado por la manera en que se relacionan una serie de elementos (circuitos y chips en el ordenador, neuronas en el cerebro), no por los elementos en sí. Somos nuestro cerebro, nuestra mente (que no es más que lo que hace el cerebro al funcionar), y las emociones son una parte fundamental de la mente. Las emociones son lo que da color a nuestra vida, lo que nos hace feliz y lo que nos hace sufrir. Y el amor, emoción positiva que nos une a los demás, es una de las cosas que más puede contribuir a nuestra felicidad.

El amor no es ni mística ni química, sólo el querernos, el desear la felicidad de la persona que tenemos al lado, momento a momento, fluyendo juntos en el río del tiempo, sabiendo que todo va a cambiar, que todo lo vamos a perder... Y, a pesar de todo, amando.

¿Te han gustado mis cuatro mentiras sobre el amor? Si quieres más, lee este otro artículo de este blog:

¿Qué tiene de malo el amor romántico?

domingo, 10 de mayo de 2015

¿Por qué sentimos vergüenza?


Desde hace un tiempo siento una gran fascinación por las emociones, quizás porque estoy convencido de que contribuyen en gran medida a nuestra felicidad. De hecho, es frecuente confundir la alegría (que no es más que una emoción) con la felicidad (que es un estado profundo de ser que transciende a las emociones). No voy a entrar aquí en definir la felicidad, sólo apuntar que depende en gran medida de sentir emociones positivas, como la alegría y el amor, y el limitar nuestras emociones negativas, como el temor, la ira y la tristeza.

Un grupo de emociones particularmente importantes son aquellas que están relacionadas con cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo nos perciben los demás. Por esa razón se denominan en inglés “self-conscious emotions” (Muris and Meesters, 2014): emociones de la consciencia del ser. Normalmente se nombran tres: la culpa, la vergüenza y el orgullo; pero existen otras relacionadas con ellas: la dignidad, la soberbia, el arrepentimiento, el ridículo y el humor. El orgullo, la dignidad y la soberbia son emociones positivas que nos hacen sentirnos bien con nosotros mismos, mientras que la culpa, el arrepentimiento y la vergüenza son emociones negativas que disminuyen nuestra autoestima.

En particular, la vergüenza es una poderosa emoción con una tremenda capacidad para hacernos daño, pudiendo llevar incluso al suicidio (Lester, 1997, Werbart Tornblom et al., 2015). También se ha visto que el desorden de estrés post-traumático (PTSD) no sólo está causado por el miedo, sino que tiene importantes componentes de culpa y vergüenza (Lee et al., 2001, Wilson et al., 2006). El comprender la vergüenza es también esencial en la lucha por las libertades sexuales y la igualdad. Tanto el “estar en el armario” como el que nos saquen de él a la fuerza (“outing” en inglés) tienen profundos efectos en la autoestima debido a la vergüenza que conlleva que no nos ajustemos a la normativa de la sociedad (Chekola, 1994).

¿Por qué existe la vergüenza? La clave de la supervivencia de los seres humanos es nuestra habilidad de vivir en grupos sociales. En el entorno en el que evolucionó nuestra especie, una persona sola sería incapaz de encontrar alimento y defenderse de los predadores para sobrevivir. Es a base de vivir en grupos como los humanos hemos sido capaces de conquistar casi todos los ecosistemas de la superficie terrestre. Sin embargo, el funcionamiento armonioso de una sociedad humana requiere que se respeten una ciertas reglas que establecen la cooperación mutua, de tal manera que todo el mundo contribuya y nadie se beneficie indebidamente del esfuerzo de otros. También hace falta que haya frenos a la agresividad y que se establezcan jerarquías que hagan que las opiniones y los actos de los individuos con mayor éxito y experiencia se valoren más que las de los demás.

El orgullo, la culpa y la vergüenza son emociones que evolucionaron para hacer que estas reglas sociales estén arraigadas en las profundidades de nuestro psiquismo (Breggin, 2015). Así, la culpa y el arrepentimiento cumplen la función de evitar que se rompan normas sociales y que reparemos el daño causado cuando lo hacemos. La vergüenza y la humillación aparecen frecuentemente asociadas con ataques que nos hacen perder nuestro atractivo social (Gilbert, 1997). Otros investigadores señalan que el orgullo y la vergüenza son señales sociales que benefician tanto a quien las expresa como a quien las observa (Martens et al., 2012). En particular, el mostrar vergüenza puede servir para apaciguar a los otros tras una transgresión social y así evitar o paliar el castigo. Por otro lado, la vergüenza desempeña un papel esencial en la regulación de la conducta social y es uno de los incentivos más fuertes para cambiarse a uno mismo (Lickel et al., 2014). Por ejemplo, el avergonzar al maltratador puede servir para mitigar o poner fin a situaciones de abuso doméstico y acoso sexual. Se ha visto que la vergüenza es fundamental en el tratamiento de personas que abusan sexualmente de niños (Proeve and Howells, 2002).

¿Pero entonces por qué existe la vergüenza como emoción distinta de la culpa? Mientras que la culpa es principalmente un freno a la agresividad y al egoísmo, la vergüenza y su emoción opuesta, el orgullo, actúan como incentivos para la cooperación. El orgullo nos señala un aumento en nuestro status social cuando tenemos éxito, mientras que la vergüenza opera como una señal de alarma que nos advierte que disminuye la estima con que se nos tiene en el grupo. En el entorno evolutivo, la capacidad de una persona para alimentarse y reproducirse debía estar estrechamente asociada a este estatus social, lo que explicaría que la vergüenza esté profundamente arraigada en el funcionamiento de nuestro cuerpo. Por ejemplo, la vergüenza produce rubor, que una respuesta automática del sistema cardiovascular. También produce importantes efectos negativos en el sistema hormonal, como un aumento en la hormona de estrés cortisol, y en el sistema inmune, como un aumento en las citoquinas pro-inflamatorias (Dickerson et al., 2004).

Resulta interesante analizar algunas emociones relacionadas con la vergüenza: la dignidad, la humillación, el ridículo y el humor. Podríamos decir que la dignidad es la manifestación externa del orgullo en nuestro comportamiento. Sin embargo, la dignidad puede ser mentirosa: podemos comportarnos de forma digna aunque por dentro no nos sintamos orgullosos. Si hacemos esto, a menudo la gente que nos rodea intentará desenmascararnos, exponiendo nuestra falta de autoestima al dejarnos en ridículo. El ridículo es, por lo tanto, una pérdida de dignidad que conduce al humor… Cuando el petulante gallito se cae en un charco, todo el mundo se ríe. Cuando una persona con buena autoestima se ve en una situación de ridículo reacciona uniéndose al regocijo general, riéndose de sí mismo. Paradójicamente, esto tiene el efecto de rescatarlo del ridículo. Por el contrario, una persona con baja autoestima intentará mantener su dignidad a toda costa: el petulante gallito se levanta del charco y se ajusta la ropa mojada, muy serio, pretendiendo que no ha pasado nada. El resultado son más risas.

Por otro lado, la humillación y el avergonzar son técnicas muy comunes tanto en el abuso psicológico como en el control de la gente por el poder religioso y político. Por lo tanto, hace falta desarrollar estrategias para desenmascarar esas campañas de humillación masiva. Una de esas estrategias es dar connotaciones positivas a palabras que se usan para humillar, como se hizo en inglés con las palabras “gay”, “slut” (“guarra”) y “pervert” (“pervertido”). En particular, “slut” se aplica ahora a ambos sexos, no sólo a las mujeres, y ha pasado a denominar a una persona liberada sexualmente con un poderoso eroticismo. También se usa en la expresión “slut shaming”, con la que se denuncia la actitud de querer avergonzar a una mujer por su conducta sexual. Por otro lado, neologismos como “homofobia”, “misoginia”, “misandria”, “sexo-negativo” y “erotofobia” se pueden usar para avergonzar a los opresores, exponiendo sus actitudes de odio y de miedo irracional.

En resumen, creo que comprender la emoción de la vergüenza es fundamental tanto por el papel que desempeña en nuestra salud física y mental como por su capacidad para ser usada para el abuso psicológico y la opresión cultural.

Referencias


Breggin PR (2015) The biological evolution of guilt, shame and anxiety: A new theory of negative legacy emotions. Med Hypotheses.

Chekola M (1994) Outing, truth-telling, and the shame of the closet. J Homosex 27:67-90.

Dickerson SS, Gruenewald TL, Kemeny ME (2004) When the social self is threatened: shame, physiology, and health. J Pers 72:1191-1216.

Gilbert P (1997) The evolution of social attractiveness and its role in shame, humiliation, guilt and therapy. Br J Med Psychol 70 ( Pt 2):113-147.

Lee DA, Scragg P, Turner S (2001) The role of shame and guilt in traumatic events: a clinical model of shame-based and guilt-based PTSD. Br J Med Psychol 74:451-466.

Lester D (1997) The role of shame in suicide. Suicide Life Threat Behav 27:352-361.
Lickel B, Kushlev K, Savalei V, Matta S, Schmader T (2014) Shame and the motivation to change the self. Emotion 14:1049-1061.

Martens JP, Tracy JL, Shariff AF (2012) Status signals: adaptive benefits of displaying and observing the nonverbal expressions of pride and shame. Cogn Emot 26:390-406.

Muris P, Meesters C (2014) Small or big in the eyes of the other: on the developmental psychopathology of self-conscious emotions as shame, guilt, and pride. Clin Child Fam Psychol Rev 17:19-40.

Proeve M, Howells K (2002) Shame and guilt in child sexual offenders. Int J Offender Ther Comp Criminol 46:657-667.

Werbart Tornblom A, Werbart A, Rydelius PA (2015) Shame and Gender Differences in Paths to Youth Suicide: Parents' Perspective. Qual Health Res.

Wilson JP, Drozdek B, Turkovic S (2006) Posttraumatic shame and guilt. Trauma Violence Abuse 7:122-141.