domingo, 6 de noviembre de 2016

La postura de la carretilla (parte 2)

Beatriz se deslizó de su regazo y salió corriendo hacia su dormitorio. Julio la siguió. Era un cuarto pequeño con una ventana que daba a un patio interior. Una de las paredes era toda un estantería de libros. Aparte de eso había sólo una cama estrecha y a su lado un escritorio cubierto de papeles y de libros. Beatriz abrió el cajón inferior del escritorio, que se podía abrir desde la cama, y sacó dos dildos de goma. Uno era delgado, de un calibre de poco más de un dedo. El otro era negro, con forma de polla y más grueso.

-¿Éste es el más grande? -dijo Julio, sopesándolo.

-Sí. Ya casi no me cuesta nada de trabajo metérmelo en el culo. Está bien, ¿verdad?

Por toda respuesta, Julio se abrió la bragueta y extrajo su verga en erección. Colocó el consolador negro al lado. Era claramente más delgado que su pene.

-Pues no sé si va a ser suficiente, ¿ves?

-¡Ay, qué gracia! Se ve que Martina lleva tiempo sin ver una polla.

-Pues ya veremos si luego sigue haciéndote tanta gracia, porque yo ya me he hecho a la idea de que voy a darte por culo.

Beatriz le agarró la verga, que terminó de endurecerse de inmediato.

-¡Joder, es verdad! La tienes muy grandota -dijo con una sonrisa satisfecha.

-¿Y eso no te preocupa?

-Me tendré que aguantar con lo que haya. Después de montarte toda esta movida, ya no me puedo echar atrás.

-Bueno, ya veremos… ¿Tienes lubricante y condones?

Beatriz sacó un bote de lubricante y una tira de condones del mismo cajón y se los dio.

-Venga, volvamos al salón.

En cuanto volvieron al sofá, Beatriz se sentó sobre sus muslos y ella misma adoptó la postura de la carretilla. Desde luego, a la chica no le faltaba entusiasmo.

Julio no se molestó con el dildo más pequeño, embadurnó el grande de lubricante y lo apuntó cuidadosamente al ano de Beatriz. En cuanto presionó, Beatriz dio un grito de alarma.

-¿No decías que entraba?

-Sí, sí… Pero tiene que ser un poquito más despacio.

Julio dejó el consolador sobre la mesa de café, cogió el bote de lubricante y aplicó un poco sobre su ano. Luego le introdujo su índice izquierdo.

-¡Ay, ay, qué gustito! -dijo Beatriz dando pataditas en el respaldo del sofá.

-Vale, a ver si así consigo que te relajes un poquito.

-¡Seguro que sí! Me encanta que me folles el culo con el dedo.

Estuvo un rato masajeándole el ano con el dedo, hasta que pudo introducirle otro. Entonces echó mano del consolador, que esta vez entró sin mucho problema.

-¡Guau! ¡Ahora sí que me has abierto el culo -anunció Beatriz.

Sin embargo, por la manera en que ella contrajo las nalgas, no debía de resultarle muy cómodo. Le zurró con la mano derecha mientras la follaba con el consolador con la izquierda. Beatriz acusó el efecto de inmediato, retorciéndose y gimiendo.

-¿Ves? ¿A que esto ya no es tan divertido?

-¡Sí! ¡Sí que lo es! -dijo testaruda.

Decidido a darle una lección, volvió a pegarle y a follarla con el consolador. Pero no duró mucho. El espectáculo del dildo forzando el culito de Beatriz en mitad de sus nalgas enrojecidas lo ponía a cien. Quería tomar posesión de él enseguida.

-Bueno, creo que ya estás todo lo preparada que vas a estar.

-Sí… ¡Métemela a lo bestia!

Le sacó el dildo y la hizo incorporarse sobre su regazo.

-¡Escúchame, tonta! ¡Tú no sabes la que se te viene encima!

-Sí que lo sé… Me va a doler un montón, pero no me importa.

-Eso lo vamos a ver enseguida.

La hizo arrodillarse doblada sobre el asiento del sofá. Le dio el consolador.

-A ver, fóllate con esto como haces por las noches, que quiero verlo.

Beatriz se lo metió en el culo y empezó a bombearse tímidamente con él.

-Normalmente lo hago un poco más deprisa -se disculpó-, pero no quiero que se me irrite.

Se desnudó rápidamente, sin dejar de mirarla. Se puso un condón y lo untó bien con lubricante. Beatriz seguía follándose lentamente con el dildo, soltando algún que otro gemido.

Era una locura. Beatriz no lo iba a poder soportar. Decidió cambiar de plan.

Arrodillándose detrás de ella, le sacó el consolador del culo y lo dejó caer sobre la alfombra. Enfiló su verga a su vagina y empezó a penetrarla con cuidado.

-¡Ay no, por favor! Así no… ¡Encúlame!

-No estás preparada, Beatriz. Te iba a hacer demasiado daño.

-¡Sí que lo estoy! ¿Ahora vamos a desperdiciar todo el trabajo que nos ha costado prepararme? ¡Por favor, Julio, quiero sentirte dentro de mi culito! -lloriqueó.

-¡Pero mira que eres cabezota! ¡Muy bien, pues ahora verás!

Salió de su vagina y, separándole bien las nalgas para ver lo que hacía, apoyó el glande en ese botón color canela que tanto lo tentaba. Empujó hacia delante y no encontró gran resistencia. Su glande desapareció dentro de ella.

-¡Jodeeer! -exclamó ella-.¡La tienes enorme!

Se dio cuenta de que ella había clavado los dedos en el asiento del sofá y lo estrujaba hasta dejarle blancos los nudillos. Pensó en sacársela pero, como si le leyera la mente, Beatriz le dijo:

-¡Sigue, sigue! Total, ya estás dentro…

Prosiguió su avance lentamente, hasta enterrar completamente la verga en su recto.

-¡Ay, Julio, por fin! ¡Ya tienes mi culito, como tú querías! ¡Qué ilusión! ¡No sabes la de veces que he soñado con este momento!

-¿No te duele?

-No… Bueno, casi nada… ¡Venga, fóllame!

Se retiró y la embistió un poco más fuerte. Beatriz dio un gritito de alarma. Su respiración se volvió agitada.

-¿Ves, tonta?

-No… ¡Si me está gustando muchísimo! -sollozó.

-Pues no lo parece.

-No… es que tiene que ser así… Tiene que ser una enculada en toda regla… Que me deje hecha polvo… Por favor, Julio, no te cortes… Házmelo de verdad, ¿vale?

A él también le gustaba esa idea. La agarró por las caderas y empezó a follarla despacio, esperando de un momento a otro que ella le suplicara detenerse. En vez de eso, ella se puso a entonar una letanía que lo hizo olvidar toda su cautela:

-¡Jodeeer! ¡Que enculadaaa! ¡Si es que la tienes enorme! ¡Mi culitooo! ¡Cómo me lo vas a dejar, al pobre! ¡Me voy a acordar de esto una semana! ¡Qué fuerte! ¡Qué pasadaaa!

Beatriz parecía excitarse con ese canturreo. La vio meterse la mano entre las piernas para masturbarse. Oírla lo excitaba un montón. Empezó a follarla sin contemplaciones, con la vista clavada en su pene entrando y saliendo entre esas nalgas enrojecidas, tan pequeñas en comparación con la barra de carne que las dividía en dos. Beatriz no detuvo su canción, que se fue transformando gradualmente en un gemido puntuado por un gritito cada vez que él llegaba al fondo:

-¡Ay, dios mío! ¡Qué follada! ¡Ah!

-¡No, si ya lo sabía yo que llegaríamos a esto! ¡Ah!

-¡Con lo zorra que soy! ¡Ah!

-¡Me están dando por culo pero que muy bien! ¡Ah!

-¡Me lo merezco, por tonta del culo! ¡Ah!

-¡Porque mira que soy imbécil! ¡Ah!

-¡Enamorarme como una gilipollas! ¡Ah!

-¡De un hombre que es de otra! ¡Ah!

-¡No digas eso! ¡No digas eso, puta! -le gritó él, excitado hasta el paroxismo. Le dio un azote lo más fuerte que pudo, luego otro con la mano izquierda. Beatriz rompió a llorar, aullando y sacudiéndose con los sollozos. Sabía que debía pararse  y consolarla, pero la misma saña que Beatriz sentía hacia sí misma ahora lo poseía a él. La punta del pene le ardía de placer. La violencia con que extraía su gozo de ella lo enloquecía.

-¡Eso, a ver si aprendes de una puta vez! -le dijo entre dientes-. ¡Aprende a no ser tan tonta! ¡A ofrecerte a algo no que vas a ser capaz de aguantar! ¡Y deja de insultarte de una puta vez! Ya te enseñaré yo a quererte un poquito más…

Beatriz soltó un gemido que parecía salirle del alma. Julio pensó que le había hecho demasiado daño, pero enseguida se dio cuenta por sus convulsiones de que se estaba corriendo. Lloró y gritó durante todo el orgasmo, luego se desplomó exhausta sobre el sofá. Julio siguió follándola con el mismo ritmo implacable, ascendiendo concienzudamente hacia su propio clímax, disfrutando del espectáculo de su cuerpecito sometido a sus caprichos. Cuando eyaculó lo hizo en varias acometidas firmes, llenándola hasta el fondo para hacerla comprender que completaba su posesión de ella.

Escena erótica de mi nueva novela Para volverte loca.

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